Yo era de esas que de chica si no ganaba en un juego o las cosas me salían mal, me ponía de malas y ya nunca lo quería intentar de nuevo. Así me sucedió con el boliche, resulta que nunca tuve buena puntería y era un desastre al tratar de tirar los pinos por la línea. El recuerdo había quedado sepultado ahí hasta que a una amiga se le ocurrió hacer su fiesta de cumpleaños en el boliche de Polanco. «¡Qué oso!», fue lo primero que pensé, pero no me quedaba de otra más que ir e intentar jugar medianamente bien. Éramos un grupo como de 11, por lo que rentamos dos mesas. Cada quien fue por su bola y yo ya estaba sudando del nervio. Tanto les advertí sobre mi nula destreza que para cuando fue mi turno y no la eché al canal todos me aplaudieron. Empecé a agarrar confianza. Como era de noche, algo así como las 9, las luces estaban apagadas y el ambiente era como el de una discoteca, pedimos unas cervezas(muy baratas) y algo para botanear. Para cuando me di cuenta yo era la más emocionada y superé mi fobia al boliche.