Me apasionan estos bares de pueblecines, donde van los parroquianos cada día a hacerse el almuerzo, y al que miran al forastero con cierto… no sé si llamarlo recelillo o curiosidad. El local es bastante amplio, en la barra un señor que te pregunta lo que quieres sin dejar de contar las monedas nada más asomas por la puerta. No se toma nota y te indica las opciones con la cabeza, a la vez que va cantando el tipo de tortilla que te puedes zampar. ¡Y se acuerda de todo sin necesidad de tomar nota! Me pedí unas tostadas con aceite y tomatito, dos mis amigos croissant, y el otro medio bocadillo de tortilla con mayonesa. Todos café, té y yo coke(tamaño americano, ¡bien!). La sorpresa vino cuando debajo de mi nariz encontré una triste rebanada de pan con tomate restregado, y me pusieron un aceite de oliva que tenía pinta de ser de un grado de acidez, pero al echarlo sobre la tostada, aquello era más transparente que el de cero cuatro. Ni un triste tenedor en la mesa. Si quieres ir al baño, pide la llave en el mostrador. A la hora de pagar, no me resultó barato.