El local es de un gusto terrorífico. Una terraza bastante hortera, decorada con cero elegancia y con unos manteles que ¡ay del que fume! Cuidado, por favor, porque se incendian de mirarlos. Dan casi grima porque están hechos de pelos negros enrollados y debajo hay un papel morado, que le dan un estilo siniestro y patético, muy al hilo de lo que luego se ve en su interior. La primera vez que fuimos nos atrajeron su menú escandinavo y sus letreros de cocina casera. No había nadie y era muy pronto para cenar, pero como íbamos con horarios de bebé de dos meses pues nos sentamos a cenar. Elegimos las clásicas köttbullar(bolitas de carne), que habrás degustado en el Ikea millones de veces. Pues aquí eran del tamaño de un puño, con una salsa deliciosa y decoradas con puré de patatas y un lingon(mermelada de frutos rojos) impresionante. Los platos eran enormes y bien decorados. También pedimos salmón con salsa«gravadlaks» de eneldo, un clásico, y también impresionante. No pedimos más porque estábamos a reventar, y eso que los postres nos sedujeron, pero nos guardamos para la próxima visita. La mujer nos atendió de manera correcta, sin ser la alegría de la huerta, y estaba sola, lo hacía todo ella. Nos contó que sus hijos estaban en Suecia y que ella vivía allí en el Albir y se había montado el restaurante, pues genial. Como la primera experiencia nos gustó mucho, quisimos volver a probar otras especialidades, ya que mi cuñado es sueco y cuando se lo contamos nos dijo que era sacrilegio no haber pedido el pan de gambas o skagen coast, así que esperamos una ocasión especial para regresar. Y llegó cuando una pareja de amigos venía con su hijo y otros amigos más de visita al Albir. Era sábado así que fuimos ante a reservar por si acaso nos quedábamos sin sitio. Nos atendieron en sueco, creo que nos confundieron porque realmente la clientela es 90% escandinava, 8% inglesa y lo que queda españoles medio perdidos, como nosotros. Esta vez la mujer teníà la ayuda de un joven rubio que supusimos su hijo, que hizo de camarero poco atento y atolondrado toda la noche. Llegamos puntuales y había espectáculo en vivo de una pareja de señores mayores tocando y cantando, lo hacían genial, la verdad. Nos sacaron las cartas y decidimos en poco tiempo, pero tardaron en volver. Cuando por fin aparece el chico nos toma nota, trae las bebidas y a los 20 minutos, más o menos, nos dice que es que no hay salmón, así que la mitad de la mesa tuvo que cambiar su pedido. Al final todos pedimos köttbullar menos los niños, que pidieron carne tipo hamburguesa con patatas. Y esperamos, y esperamos, y esperamos, y yo ya iba casi ciega de vino de la casa(bastante malo, por cierto), cuando aparece el adolescente sueco y nos dice literal: «Es que vamos a tardar mucho porque solo hay una persona en la cocina, ¿os queréis quedar?». ¿Disculpa? Nos quedamos muertos, llevábamos más de una hora con la tontería y los niños estaban muertos de hambre(todos, pero ellos son niños). A nuestro alrededor nadie comía, evidentemente porque eran las 21,30 y ellos cenan a las 18, así que no entendíamos nada. Se habían pasado los dos una hora sirviendo cócteles y cafés irlandeses y nosotros esperando la cena. Vamos a ver, nos cogen la reserva 1 hora antes, nos tienen una hora con la bebida y nos invitan a que nos vayamos, genial, sí señor. Le dijimos al rubio que ni de coña nos íbamos y nos dijo que tardaba media hora, así que les pedimos lo primero lo de los niños. Menos mal que tuvieron en cuenta la petición y lo sacaron lo primero, pero fue un servicio pésimo. La comida estaba buena, como la otra vez, pero el trato fue terrible. Al final de la cena entramos dentro a pagar porque el chico se olvidó de nosotros y cuando entramos había una marea de copas y cosas sucias en la barra, bajo la cual adivinamos el rostro de la madre, impasible el ademán. Cero disculpas, cero nada, nos cobró lo que costaba y adiós. Por cierto, para los curiosos, en el baño de mujeres hay un pene negro del tamaño de una cabeza«decorando» el lavabo(hay foto). Si llevas a tu madre allí le da un «pantaix». Pero el pene no era lo más extraño, estaba lleno de muñecas horripilantes y brujas extrañas por todo el comedor. Extraño, lúgubre. No sé, creo que prefiero esperar volver al Ikea, y mira que estaban ricas, pero me sentí como si fuéramos el último despojo del local. Desconozco las razones de este maltrato mientras el resto de clientes disfrutaron estupendamente de sus copas, claro. Yo no lo recomiendo a nadie. Se me olvidaba, a mitad de la cena una espontánea extranjera salió a bailar a la terraza con una melopea digna de tres días en cama y una inyección de B12. Eso no es culpa de nadie, pero la imagen era deplorable, y era justo lo que nos faltaba. Nuestros amigos fliparon bastante, menos mal que son de mucha confianza. Uy, se me olvidaba, el pan skagen fue un timo absoluto: pan bimbo sin tostar con una mini ensaladita en el centro. Hej do, baby!