A mí no me gusta nada ir de tiendas de ropa, pero agradezco una buena atención cuando necesito algo que ponerme para no ir en pelotas. En esta ocasión tocaba jubilar mi viejo abrigo de paño, que acababa de cumplir la friolera de 17 años, había vivido muchas batallas y estaba que daba pena. Como los colores de las prendas dependen mucho de lo que se lleve en ese momento, encontrar algo que me guste suele ser difícil porque no, un abrigo mostaza no va conmigo, que soy algo más clásico. Por suerte aquí encontré uno más de mi estilo y talla, punto importante este último porque unas semanas antes me había probado uno en otro sitio que me hacía bolsas en lugares en los que era euclidianamente imposible que existieran. Esto de la ropa es una ciencia superior. El trato del personal, inmejorable; la calidad de la ropa, aparentemente muy buena; entrar en plenas rebajas, una aventura; y que los arreglos de tus prendas lleguen en un tiempo cristiano, algo complicado si tienen mucha jarana. Pero, en general, una de mis mejores experiencias en una tienda de textiles, que ya de por sí tienen algo que me causa rechazo.
