¡Háganme un favor! ¡Háganse un favor! ¡Vayan a Sushi-Long Otay! Es la cosa más maravillosa que he probado en estos días, y miren que he vagado por un montón de susherias(es mi palabra, no se la roben, je), regresé a la susheria original, bueno la que para mí fue la primer susheria, o restaurante de sushi a la que entré y me enamoré y la coloqué y… y… simplemente vayan porque se los digo. Para empezar, el lugar está un poco escondidito, lo cual podría ser unos de sus puntos«malos», pero en realidad, este hecho, la ubicación exacta, te hacen sentir como en la casa de té donde finaliza la novela«Memorias de una Geisha», pero más actual, y más de Tijuana, y con menos ex-geishas, pero da ese aire. El ambiente no trata de asemejar un lugar japones, pero el simple hecho como está decorado te hace sentir muchas cosas. El mobiliario no es uniforme y es el encanto de la decoración, está en un segundo piso, y entrar ahí, es remontarte a un momento lejano de la ruidosa calzada donde están ubicados. Para que no vayas solito, puedes ir el miércoles que hay 2×1 en la compra de cualquier platillo, y si mejor prefieres invitar a más gente, pues simplemente hablas con el encargado y te ofrecerá alguna de las diferentes charolas que tienen en el menú para grupos mayores de diez personas, e inclusive te ofrecerá el lugar para que hagas tu reunión. Lo hermoso es en la noche: un buen sushi, o un teriyaki, o la deliciosa sopa miso, con el té de la casa, la luz de las lamparas ambientales y la suave música, acompañado de tus amigos mientras discuten los últimos chismes. Simplemente, tienen que ir.